El   billete nuevo   es duro
y liso y flexible.
Tiene las puntas afiladas.
Huele a banco.


El   billete viejo   se dobla,
se encoge y es frágil.
Tiene las puntas manchadas.
Huele a manos.


Pobre trocito de papel inerte,
¡hasta Quevedo le condenaba ya!
¿No estará harto el dinero de pasar de mano en mano?
¿De tener siempre el mismo dueño?
¿Harto de ser medio y motivo de la corrupción? 

¿Harto de ser el centro de atención?


Aclamado, reclamado, implorado,
odiado y criticado,
manoseado, calculado, arrugado,
usado, pedido y expendido,
guardado, robado,
intercambiado.

Corrupto.


No podemos crear un monstruo y
después quejarnos de que está arrasando con todo.
Y con todos.




Gracias, Papá, por darme una rápida clase de economía
y ayudarme a comprender que los números, los billetes y los bancos
son creaciones humanas y que, por tanto, la culpabilidad 
no debe atribuirse a un ente abstracto,
sino a una serie de nombres y apellidos.






















Aún me dura la resaca del verano pasado.
Y algo me dice que hasta esta resaca es buena,
que se ganó la estereotipada etiqueta de 
"mejor verano de mi vida".


De eso me queda el in s o mn io 
un nuevo verano convencional
¡ah!

y el viaje en el tiempo al pestañear.











Fueron días de cristal
nadie los podrá tocar

me los guardo para mí y nadie más.

















Sigamos fastidiando el CANON.
Neguemos la belleza de los músculos,
las caras bonitas y el
savoir-faire.

Reivindiquemos a los más feos genios de la historia.












Salvador Dalí











Andy Warhol









Allen Ginsberg