De pequeña la llamaba la "guardilla". Entre los almohadones construía edificios con cassetes de genios musicales y no me importaba que se cayeran, me gustaba. Y de fondo siempre sonaba algún vinilo de la ELO, de los que también me ponía mi madre en el baño, mientras fuera se hacía de noche.
Pasé muchas tardes allí, recogida y tranquila, cuando solo era una niña.
Ahora yo he cambiado, pero lo clásico ya se ha ganado su lugar en la eternidad y nunca cambiará.