Siempre recordará el maldito momento en que, aún embarazada, dijo:
En mi casa nunca entrará una pistola, ni siquiera de juguete.
A mi hijo no le gustará la guerra.
Ah, y el fútbol tampoco.
En mi casa entraron muchas pistolas años más tarde
(todas de juguete, peor podría ser)
unos cuantos balones
y algún que otro trasto antiguo desarmado
de la Primera Guerra Mundial
comprado en un coleccionista de Les Peuces de París.
Y esta es la historia de cómo mi madre
tuvo que exhibir este miembro fálico bélico
al lado de sus florecillas.
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